Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1581
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 6 de diciembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 22, 558-559
Tema: Respuesta a la oposición

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Me levanto, Sres. Diputados, para poner de manifiesto los inconvenientes que trae siempre al régimen parlamentario, para las mayorías y para las minorías, sacar los debates de quicio y emplear ciertas palabras que pueden creerse ofensivas para los Diputados, para los partidos, para las instituciones y hasta para el país. (El Sr. Mella: Como las que lanzó ayer S. S. contra los carlistas.) No lancé ninguna contra los carlistas porque no les llamé nada. (El Sr. Mella: A estilo de navajazo.) No dije nada. En mi opinión, si yo hubiere sido carlista, estaría atormentado. (El Sr. Llorens: Nosotros no.) Pues yo sí. Eso va en gustos y en sentimientos, y además haría penitencia. (El Sr. Conde Casasola: ¡Qué más penitencia que escuchar todo eso!.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pero en fin, ahora no tratamos de los carlistas. (El Sr. Sanz: Pero ayer no tratábamos de nada de eso, y a S. S. se le ocurrió dirigirse a nosotros cuando no se le podía contestar.- Grandes rumores.) Pero, en fin, desaparecido el incidente a que han dado lugar ciertas palabras del Sr. Marenco, yo no tengo que ocuparme de ellas, pero no puedo dejar pasar desapercibidas ciertas frases pronunciadas por S. S. que no tienen nada que ver con la moral, ni de régimen, ni de organismos, ni de instituciones, ni de nada, sino que tienen que ver mucho con otra moral que el Sr. Marenco, que viste el uniforme militar, debe conocer mejor que yo, que no tengo la honra de vestirle.

Su señoría se ha referido a una invitación que yo no he hecho, porque yo no he invitado a SS. SS. a que vengan a la Monarquía, no he hecho semejante invitación, ni estoy dispuesto a hacerla, yo no invito a nadie a que vengas, el que quiera venir por su voluntad, por su convicción, que venga, pero libremente y para servirla con sincera adhesión, yo no tengo que invitar a nadie a que venga, el que no quiera venir, bien se está donde está. Yo no dije eso, no dije lo que S. S. ha supuesto. Entiende S. S. que yo dije que los republicanos no tenían más que dos caminos: o venirse a la Monarquía o irse a la revolución, y yo no dije semejante cosa. (El Sr. Marenco: La ha dicho S. S. Está en el Diario de las Sesiones.) Su señoría no ha podido leer eso, porque no está; lo que dije a S. s. es otra cosa. Después de haber proclamado aquí S. S. que iba a la revolución, le dije: pues pone S. S. a los republicanos que están con S. S., pero que protestan contra el camino de la revolución, en una disyuntiva terrible, pues tienen que decidirse entre ir a la revolución o venir a la Monarquía. Eso fue lo que yo dije, no otra cosa, y claro está que si se les pone en esa terrible disyun- [558] tiva, hacen bien, se conducen como verdaderos patriotas aquellos que escogen el camino de la Monarquía. Su señoría dice además: como en este régimen, como en el sistema que nos gobierna no están garantidos los derechos individuales, no hay la libertad a que nosotros aspiramos, no está encarnada la verdadera democracia, nosotros iremos a la revolución; y añadía más S. S., puesto que suponía que la mayoría es una minoría insignificante en el país, es una mayoría que vive de la pasividad de la fuerza pública. ¿Qué quiere decir S. S. con eso? Esto es otra moral contra la cual yo protesto con toda mi energía; eso no lo puede decir nunca el militar que viste el uniforme; no lo puede decir en el Parlamento ningún representante del país; pero mucho menos aquel que, además de ostentar la representación de Diputado, viste el uniforme del ejército. Pues S. S. tendrá que salir a derramar su sangre contra esa revolución que aquí proclama, y si no saliera a defender a costa de su sangre las instituciones actuales, si no saliera a combatir la revolución que proclama, faltaría al más elemental de los deberes del militar y del soldado. (Aplausos.)

Yo voy a hacer notas a S. S. Una gran contradicción que he encontrado en sus palabras. Su señoría se lamentaba de no tener completamente limpia su hoja de servicios en el sentido de no haberse sublevado jamás; S. S. siente no tener en ese sentido limpia por completo su hoja de servicios, y dice: ¡ojalá que la tuviera limpia, ojalá que no me hubiera sublevado nunca!. Pero a renglón seguido dice S. S. que desde ese banco va a la revolución. Señor Marenco, si quisiera S. S. tener limpia su hoja de servicios y siente no tenerla, ¿cómo se atreve a proclamar la revolución desde esos bancos?

Pero, en fin, yo me he levantado únicamente a protestar contra ciertas palabras del Sr. Marenco y contra los propósitos de la minoría republicana, si son como el Sr. Marenco ha expuesto, y me he levantado a decir a esa minoráis que yo nunca la he excitado a que vaya a la revolución, ni en mis palabras verá semejante cosa el Sr. Azcárate, que ayer me parece que hizo alguna indicación sobre este punto. Bien al contrario, lo que yo he dicho a SS. SS. es que vean, que estudien si todos los principios de la libertad, todos los progresos del derecho pueden darse en nuestro país en medio de una paz más perfecta. Y si es así, como así es, debéis venir a ayudarnos en el ejercicio de todas las libertades, o en caso contrario, tener el patriotismo de la resignación. ¿Dónde está en estas palabras ni en estas ideas la excitación a la revolución y a los medios revolucionarios?.

Por lo demás, y hecha esta protesta, ya ven los Sres. Diputados a qué altura ha llegado este debate; más de veinte días hace que en él nos ocupamos, y no hemos adelantado, ni el país ha adelantado nada con esto. Si queréis hacer algo provechoso para el país, vamos a terminar este debate? ¿No quiere el Sr. Salmerón? (El Sr. Salmerón: No sólo tengo el derecho sino el deber de rectificar.) Si no es más que una rectificación, S. S. puede hacerla en el acto porque yo contribuiría a pedir la prórroga de la sesión, a ver si acabamos. Yo deseo la terminación de estos debates en bien de todos, y, sobre todo, en bien del país; si no lo quieren el Sr. Salmerón y sus amigos, lo siento; pero suya será la responsabilidad. (Protestas en la minoría republicana.- El Sr. Pedregal: ¿De quién es la responsabilidad de la prolongación de este debate?- El Sr. Azcárate: De los Diputados en la mayoría, que con una manifiesta impertinencia?-Fuertes rumores y protestas.) Ya estamos otra vez con las palabras gruesas. Eso enardece los ánimos y prolonga las discusiones. El Gobierno no tiene en eso culpa ninguna, porque no ha intervenido más que forzosamente y excitado por las minorías, y no tiene más deseo que esto se termine.

Si quieren las minorías ayudar un poco al Gobierno, el Gobierno se lo agradecerá y se lo agradecerá el país, porque pasaremos a otros debates más prácticos y provechosos, pero si las minorías se empeñan en que la discusión en que tantos días llevamos continúe, aquí está el Gobierno para contestar a todos los cargos, aún cuando procurará contestar lo menos posible para no contribuir por su parte a la prolongación de este debate, que lleva trazas de no concluirse jamás.



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